Cuando el corazón olvida

Mi corazón puede, más fácilmente de lo que creo, ignorar u olvidar quién es el Dios que llama de las tinieblas a Su luz y, por tanto, vivir mi vida sin considerarlo. Si no fuera por el Santo Espíritu de Dios, mi corazón sería capaz de ser necio y dar la espalda al Creador Todopoderoso que nos ve, y que en Su Palabra dice que ciertamente no hay hombre justo que haga el bien y nunca peque.
Y esto tengo que recordárselo a mi mente y corazón, cuando mis pensamientos se inundan de juicio, crítica y condenación al mirar los pecados ajenos. Esos grandes y escandalosos, evidentes en su horror, pero también esos pecados «de buena cara», «de cuello blanco». Lengua larga la que nos domina cuando vemos al caído, al no creyente, y pasamos de largo, sin misericordia, sin detenernos a decir una palabra de aliento, a dar el mensaje de la salvación y hacer por ellos lo que Alguien ya hizo por mí al estar perdida.

¿Cuál es la motivación que brota en mi corazón? ¿El celo por el Santísimo nombre de Dios? ¿La preocupación, el desconsuelo por ver almas que se hunden y pierden día a día? ¿El dolor por el pecado de otros? ¿Ira santa?

Me temo que, la mayoría de las veces, el corazón que habla y se comporta así es un corazón no solo crítico, sino ingrato y olvidadizo.

"En otro tiempo nosotros también éramos necios y desobedientes. Fuimos engañados y nos convertimos en esclavos de toda clase de pasiones y placeres. Nuestra vida estaba llena de maldad y envidia, y nos odiábamos unos a otros." -Tito 3:3 NTV

Olvido que, si algo bueno hay en mí, no es por mi perseverancia y amor, sino por el Buen Dios que me mira con misericordia, gracias a Jesucristo, el Justo. Es sencillo mirar y condenar la vida de otro, creyente o no, desde el pedestal donde nosotros mismos nos hemos colocado. Se nos olvida lo vulnerables que somos, lo sencillo que podría ser caer, creyendo estar firmes.

Pero firmes… ¿en qué? ¿Con qué se apuntala la vida espiritual? ¿El buen comportamiento, una vida decente, una ciudadanía recta? Me temo que todo eso es demasiado débil para llegar frente a Dios y mostrarle nuestras buenas obras infestadas de polilla, inundadas del orín de un corazón amargado y soberbio.

"Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros." -1 Juan 4:8

Cada uno de nosotros, creyentes, conoce la realidad sucia y desastrosa en la que Jesús nos halló. Sabemos nuestra resistencia a los llamados del Rey, incapaces de abandonar nuestra amada rebeldía.

Antes de Cristo, mi corazón fue muy capaz de pecar grosera y escandalosamente. Jesús cambió todo y puso Su orden en mí, y aunque todavía la batalla es real y grande contra los mandatos de mi corazón pecador y olvidadizo, sé que estoy en las manos del Dios Redentor.

"El amor de Cristo nos controla." -2 Cor. 5:14 NTV

Por ese amoroso control, por Su fidelidad, sé que nadie me puede arrebatar de Sus buenas manos. A pesar de mi vocación huidiza, sé que Su amor, que me persigue y busca, triunfa sobre mis rebeldías.

Y si Dios ha extendido Su gracia, amor y paciencia conmigo y contigo, ¿estará Él impedido para actuar así con otros? ¿Con aquellos que juzgo indignos, reincidentes? ¿Necios, blasfemos? ¿Creyentes tibios? ¿Cabras y no ovejas?

Mi corazón debería estar más ocupado en orar y clamar por ellos, en lugar de hacer listas mentales de las caídas que llevan. Mi corazón debería asombrarse de que yo, la peor de todas, la vil pecadora, he sido rescatada en amor, por el Amado.
Y si Él pudo conmigo y contigo, ¿por qué con otros no?

"Cuando Dios nuestro Salvador dio a conocer su bondad y amor, Él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo. Él derramó su Espíritu sobre nosotros en abundancia por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Por su gracia Él nos hizo justos a Sus ojos y nos dio la seguridad de que vamos a heredar la vida eterna." -Tito 3:4-7

Si hay este pecado en nuestra vida, arrepintámonos. Oremos al Espíritu que nos conceda un corazón que llora por su propio pecado y también por el de otros. Dios es fiel para perdonar nuestras soberbias, si de verdad estamos arrepentidas. No falsamente, sino con un corazón sincero.

Cristo fue Manso y Humilde. Así, con mayúsculas, para resaltar la perfección de Su carácter. Y Dios nos llama a caminar siguiéndole a Él.

Nunca es tarde para regresar a Él, y que sea Su corazón lleno de amor y misericordia el que controle mi ser.

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